El camino a 2023

En las elecciones locales de 1990, el PRI venía arrastrando una derrota aplastante de apenas dos años antes.

En 1988 el Frente Democrático Nacional, de la mano de Cuauhtémoc Cárdenas, le impuso una de las hasta entonces más terribles humillaciones. En la tierra del Grupo Atlacomulco, el FDN ganó las elecciones presidenciales, las de senadores y se alzó con más de 30 diputaciones federales.

Algo nunca visto hasta entonces, el candidato del PRI a la presidencia de la República, Carlos Salinas de Gortari no pudo ganar, pese a las carretonadas de dinero que circularon en aquel entonces, le echaron la culpa de esta debacle al entonces gobernador Mario Ramón Beteta, al grado que al año siguiente lo mandaron como director al banco Somex para que se olvidara de la política.

Llegó entonces como gobernador sustituto Ignacio Pichardo Pagaza, un administrador con fama de buen político, concertador, conciliador, negociador y de dura mano. Lo primero que hizo fue deshacer todo lo que había iniciado Beteta y mandar al ostracismo a todo su grupo político.

El presidente del PRI en 1988, Cuauhtémoc Sánchez Barrales, tuvo que irse voluntariamente también, hasta que terminó en el PRD y de ahí al olvido.

Pero en las elecciones de 1990, un PRI recompuesto, revitalizado, con un buen manejo político y reconciliado con todos los grupos que Beteta había dejado de lado, alcanzó uno de los triunfos más sonados de la mano de Mauricio Valdés Rodríguez, con Luis Donaldo Colosio Murrieta de la mano.

Mauricio Valdés hizo dirigente del sector popular estatal a Arturo Montiel Rojas y allí empezó a tejerse una nueva era en la política tricolor mexiquense. Cuando el texcocano dejó la dirigencia del Comité Directivo Estatal, su sucesor natural fue Montiel Rojas, quien no perdió el tiempo y desde entonces empezó a establecer alianzas, a fortalecer amistades y nexos en todo el estado que le serían de mucha utilidad cuando, años más tarde regresara a presidir los destinos del PRI estatal y desde allí apropiarse de la candidatura a la gubernatura.

Porque eso fue lo que hizo, contra todos los pronósticos, pues los observadores políticos asumían que el candidato debía ser Héctor Ximénez González, en aquel momento secretario general de Gobierno, o el diputado Jaime Vázquez Castillo, presidente de la Gran Comisión de la Legislatura local.

Algo parecido sucedió en 2011, cuando, contra todo lo que se esperaba, el alcalde ecatepense Eruviel Ávila Villegas se apropió de la candidatura con el chantaje de hacer un frente amplio opositor, encabezado por el PRD y el PAN, si no le daban la candidatura en el PRI, lo que finalmente sucedió y ganó con amplitud las elecciones. Dejó a un lado a Alfredo Del Maza Maza, el aspirante favorito.

Eruviel trató de imponer seis años después a una persona de su agrado, pero ya para entonces los dados estaban muy cargados hacia Del Mazo Maza, quien, por orden del entonces presidente Enrique Peña Nieto, tuvo que autodestaparse para evitar la cargada en su contra.

Desde 2011, Alfredo Del Mazo Maza ha venido luchando a contracorriente, los resultados de las elecciones de junio le dieron un respiro que le permitirá mover a sus piezas con cierta soltura. ¿Con eso le alcanzará para dejar a un candidato afín a su proyecto?

ASME