El pobre espectáculo de las campañas electorales

Observatorio Electoral

Gabriel Corona Armenta

El pasado 30 de abril iniciaron las campañas para elegir 75 diputaciones locales y 125 ayuntamientos de la entidad. No es renovación porque más del 80 por ciento de integrantes de la legislatura buscará reelegirse en sus cargos; además, casi la mitad de ocupantes de presidencias municipales también intentará repetir. Lo peor de todo es que muchos prometen lo mismo que hace tres o seis años, cuando compitieron por primera vez para el cargo, lo cual han incumplido.

Las campañas se han iniciado en medio de escándalos y denuncias. Abundan las protestas internas en casi todos los partidos, porque las cúpulas han elegido candidatos sin respetar los estatutos o porque las candidaturas se han vendido. También se ha denunciado violencia contra actos proselitistas en varios municipios, destrucción de propaganda en otros y coacción del voto en uno. Además, destacan los escándalos producidos por conflictos conyugales en municipios rurales.

Las campañas tienen otro elemento preocupante: el transfuguismo político, es decir la presencia de candidatos sin identidad partidaria. El PRI aparece como el origen de casi toda la clase política. Los que ayer eran priistas, hoy son candidatos del PAN, PRD, Morena o de cualquier otro partido, pues carecen de todo principio ideológico. Son esencialmente pragmáticos: los mueve la sed de poder y la ambición de hacer negocios desde los cargos públicos. Este hecho refuerza la percepción de que todos los partidos son iguales.

A una semana de iniciadas las campañas, se puede afirmar que los partidos y sus candidatos no han sabido adaptarse a las condiciones impuestas por la pandemia. Siguen apostando por eventos tradicionales y masivos, que no cumplen con los protocolos sanitarios y ponen en riesgo la salud de la gente. Continúan practicando la política de súper oferta, aún sabiendo que otra vez incumplirán sus promesas de campaña, porque al llegar al cargo nuevamente privilegiarán sus intereses y no los de sus representados.

Los partidos y sus candidatos no están conscientes de que esas formas de hacer política tienen límites claros; que la credibilidad ciudadana en las promesas de campaña es muy reducida; que el escepticismo político ha crecido mucho en las nuevas generaciones. A ellas es necesario abordarlas a través de otro discurso y otros medios, especialmente tecnológicos.

Históricamente, las campañas mexiquenses han sido tomadas como un trámite más para legitimar decisiones cupulares, en la que los militantes no han intervenido. Por eso no han sido el espacio idóneo para acercar a los partidos y candidatos con la ciudadanía, a fin de conocer sus demandas más urgentes.

Las campañas se han convertido solo en el preludio obligado de las elecciones, donde formalmente la ciudadanía elige gobernantes y representantes. Sin embargo, hay que desmitificar esta versión. En realidad, la ciudadanía solo elige entre candidaturas que las oligarquías partidarias le ofrecen como alternativas, sin que muchas de ellas representen opciones de solución a los problemas públicos.

En estas condiciones se avizoran campañas estériles, en las que muchos de sus problemas iniciales crecerán. Seguirán siendo un espectáculo lleno de escándalos, agresiones, denuncias, amenazas y hasta de pena ajena, pero no servirán para construir la agenda pública que la legislatura y los ayuntamientos requieren. Hay que repensarlas para que realmente tengan utilidad. Un espectáculo político pobre no atrae votantes.