Familiares colocan frente a FGR más azulejos con rostros de desparecidos

Una pared de la Glorieta de Insurgentes se ha ido llenado de mosaicos muy peculiares: los rostros de desaparecidos

Una pared de la Glorieta de Insurgentes se ha ido llenado de mosaicos muy peculiares: los rostros de desaparecidos.

“El mío lo pusimos el 25 de enero pasado”, dijo Guadalupe Martínez, en referencia al mosaico con la imagen de su hijo, José Antonio Robledo, “desaparecido hace 13 años y tres meses” en Monclova, Coahuila.

La señora Guadalupe lleva las cuentas exactas: de los días sin su hijo, de los procesados por su caso y el tiempo que llevan en prisión, de los agravios de la autoridad.

En la víspera del Día de las Madres, por ejemplo, reprocha que las autoridades del gobierno capitalino hayan retirado las fotos y carteles que varios colectivos pusieron apenas el domingo, en la que fuera la glorieta “de la palma” en el Paseo de la Reforma (próximamente la glorieta del ahuehuete).

“¿Por qué ahora? ¿Por qué ya vamos a llegar a la cifra de 100 mil desaparecidos, sin contar la cifra negra?”, preguntó al micrófono la señora Martínez.

Quien añadió que no cejarán en su empeño de que ese cruce sea nombrado la “glorieta de las y los desaparecidos”. “Nunca nos vamos a cansar”.

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La protesta fue convocada por Fuerzas Unidad por Nuestros Desaparecidos

Que agrupa a varios colectivos de familiares.

Los participantes mostraron carteles, gritaron consignas y colocaron nuevos azulejos con los rostros de sus desaparecidos.

Las piezas se sumaron a las que desde el año pasado atestiguan el trajín de la entrada en la sede de la Fiscalía General (“¡credencial en mano!”, ordena un elemento de seguridad mientras las madres y hermanas siguen con su protesta).

“La vida en este caminar es dura. Por eso les pedimos que mañana no nos dejen solas”, siguió Martínez, al convocar a la marcha con la que conmemoran, en modo protesta, el Día de las Madres.

A su lado, Juana Solís porta u enorme medallón con la foto de su hija, Brenda Damaris, desaparecida en julio de 2011, en Santa Catarina, Nuevo León.

Seis meses después fueron hallados sus restos, pero su madre no fue notificada sino un año después, en noviembre de 2012 (“me entregaron unos restos”). Desde entonces ha seguido batallando para conseguir justicia.

El caso de José Antonio Robledo es peculiar, porque ya hay tres sentenciados y otras personas en proceso, aunque los padres siguen con “la incertidumbre de no saber dónde quedó mi hijo”.

—¿Sabe por qué desaparecieron a su hijo?

—Él trabajaba en el proyecto El Fénix, de ICA. Ahí se conjugó todo, la colusión de las autoridades, el grupo delincuencial que dominaba…

Con información de la Jornada