Mi experiencia este Buen Fin

Ana Liza en Línea

Madre de un joven y una adolescente que llevan encerrados casi 8 meses, nos decidimos a salir a pasear un poco, para aprovechar al Buen Fin. ¡Oh sorpresa! Pésima decisión.

Nuestro destino no nos quedó muy lejos, Galerías Metepec fue la elección. Nuestro paseo se convirtió en hacer filas, caminar un poco y hacer más filas. Entramos por Liverpool -la única puerta dispuesta para ello es la que está junto al elevador, por fuera de la plaza-. A esa hora había poca gente y decidimos atravesar la tienda para entrar a la plaza. Nadie quería ver nada ahí. ¡Ajá!

-Vamos a Sanborns, dijimos. Pero había más de 20 personas delante nuestro, que, formadas a más de un metro, la formación llegaba a media plaza. El aforo estaba al máximo, ¡obvio! Así que además había que esperar a que saliera uno para entrar otro.

Como a la media hora decidimos abandonar la fila y buscar otro lugar en donde entrar. Pero todo estaba igual, filas aquí, filas allá; eso sí, todos con su cubrebocas y en todas las tiendas tomando temperatura y poniendo gel. El único “pero” que vi, fue que los tapetes sanitizantes estaban totalmente secos casi en todos los lugares. Tampoco les veo mucho caso de ponerlos en cada tienda, pues a la entrada de la plaza es donde deben estar para evitar ingresar el virus Sars-Cov2 en los zapatos, lo demás es vanidad.

Decidimos abandonar las compras -casi dos horas después de haber llegado- e ir a comer. Primer alternativa: Liverpool. Salimos de la plaza, dimos toda la vuelta para llegar a la entrada de la tienda, no había tanta fila ahí. Entramos y subimos al segundo piso. La fila para llegar al pasillo del restaurante estaba peor que el de Sanborns. No fue una buena opción; luego resulta que el restaurante estaba cerrado.

Bajamos a buscar otro restaurante y todos estaban igual; ¿el área de la comida rápida? ¡ni pensarlo! Dos horas de espera en promedio. ¿McDonald´s? -Si es para llevar es rápido, si es para comer aquí, fórmese por favor y espere su turno. Una mirada rápida entre nosotros y pedimos para llevar. Nos moríamos de hambre después de tanto caminar.

Pasamos, compramos y no podíamos comer ni una sola papa, porque en cuanto nos bajamos discretamente el cubrebocas, una agente de seguridad nos advirtió: “aquí no puede comer, vaya al área de comida”.

El Starbucks fue nuestra salvación, estaba una mesa desocupada que rápidamente ocupamos, entramos y ordenamos un late con leche normal y un cuernito de jamón con queso manchego para que no nos corrieran del lugar y tomamos nuestro refrigerio. Apenas media hora después, una turba invadió la zona.

No los conté, pero segura estoy que eran más de 50 personas las que hacían fila para el Sirloin Stockade. Me apaniqué y dije “estoy segura que el aforo a la plaza se ha rebasado desde hace rato”. “Levanten su basura porque nos vamos” y, así, con las manos vacías, un pequeño refrigerio y los pies hinchados, abandonamos la plaza, esperando que el año que entra, sea un mejor Buen Fin.

Afuera, el estacionamiento también era un caos. ¡Claro!, el aforo se había cumplido, pero la vialidad era otro enorme estacionamiento; patrullas voceando y policías poniendo “arañas”.

Creo que no debimos salir de casa… Esta fue la sensación con la que regresamos. Eso sí, nunca nos quitamos el cubrebocas y usamos mucho gel. Espero que nuestra osadía no traiga consecuencias.

Hasta otro Buen Fin.