Vicente Rojo

Con singular alegría

Hace varios años ya, hice un libro para el Instituto Nacional de Migración. Se llamó Aquí Escogimos Vivir. Tuve la suerte de entrevistar a 24 seres de excepción que vinieron un día a México y aquí se quedaron siempre. Ayer, se nos fue uno de ellos. Que sea este un homenaje, al gran ser humano que fue Vicente Rojo. Les comparto esta historia de vida.

“Soy mexicano por voluntad, vocación, formación y adopción. ¿Que qué significa México para mí? ¡Qué pregunta! Todo. México significa todo. Podría parecer exagerado. Pero si repaso la forma en que llegué después de diez años de represión franquista, totalmente oprimido, México que ha sido desde entonces mi patria, es todo para mí.”

Vicente Rojo de más de 60 años, delgado, impecable, parece un muchacho travieso e inteligente, que regala su alma y sus emociones en cada acto de su vida. Confiado, cálido, de actitud abierta, esa timidez que disimula, mantiene a quien lo conoce, a la expectativa de cada uno de sus actos. A veces tartamudea.

Llegué en 1949, a los 17 años, y encontré un país luminoso. Sufrí una especie de enamoramiento que dura hasta la fecha. Todo lo que yo he hecho lo he aprendido en México. Mi formación es totalmente mexicana.”

Este hombre discreto, que recuerda al Quijote, hace que mientras habla su estatura crezca y afirma: “Llegué maltrecho a México, muy enfermo, en condiciones deplorables de educación y cultura. Volví a nacer cuando arribé a este país deslumbrante. Lleno de luz.  Soy más mexicano que español.

México es un país generoso con los emigrados, particularmente con los perseguidos políticos. Mi padre llegó en 1939 en un barco republicano español. Es una historia muy triste. Nuestra familia, mis padres y tres hermanos, huyó a Francia. Mi madre dejó a sus padres, a pesar de ser hija única, en Barcelona. Era la Segunda Guerra Mundial.

“Fue horrible la situación en que quedó mi familia. Primero huimos a Francia; mi madre regresó, luego nos quedamos sin mi padre durante muchísimos años; después mis dos hermanos se fueron a México; al final, también nos fuimos mi madre y yo. Ella murió en 1935. Nunca pudo regresar a su tierra.

En 1947 vinieron a México mis dos hermanos. En 1949 llegamos mi madre y yo. Mi hermana mayor se quedó allá, casada.      Soy antifranquista. Fue en 1945 cuando mi padre pudo reclamar a mis dos hermanos. Se hicieron los trámites, que eran muy complicados, en la embajada de México en Lisboa. Se tardaron dos años. Y luego otros dos para nosotros.

  “Por fin se nos llegó el día. Llegamos en avión desde Barcelona. Hicimos escala en Lisboa, Azores, Bermudas, La Habana y México. Eran 34 horas de vuelo…

 “Allá se quedó parte de la familia. Mi hermana, doce años mayor, era una especie de segunda madre. A ella volví a verla hasta 1960. Me hacía mucha ilusión conocer a mi padre. Sólo tenía un recuerdo que me había marcado para siempre: el día en que nos despedimos en Papillon. Es un día que tendré marcado de por vida. Él era ingeniero electricista, y refugiado político. Pero no exiliado. Nunca nos abandonó. A pesar de mi triste niñez, siempre supe que nos volveríamos a reunir.

 “La llegada fue un día placentero y muy deseado. En mi vida, me acuerdo más de las cosas tristes, que de las alegres. Fue notable empezar a ver un país opuesto al que había dejado. Conocer otro tipo de vida:  abierta, libre.

Por fin se dio el encuentro entre padres y hermanos. Casi todos juntos. Se había quedado mi hermana, recién casada. La casa en la que empecé a vivir, estaba en la colonia Narvarte, en la calle de Uxmal.

  “Fue cuando tuve las primeras pláticas con mi padre: se presentó la gran incógnita: ¿Trabajar o estudiar? Pero la escuela no había sido una experiencia grata en el franquismo, y mi padre, consecuente, lo sabía… Así que decidí trabajar. Mi padre tenía un amigo en una editorial, y allí empecé el trabajo que ha marcado toda mi vida. Hacíamos el diccionario uteha, elaborábamos retratos a línea de hombres y mujeres célebres.

Me puse a dibujar viñetas y láminas de retratos, flores, plantas, animales. Y así durante meses, hasta que en enero de 1950 conocí al maestro Miguel Prieto, pionero del diseño moderno. Él necesitaba un asistente en la oficina de ediciones del inba. Allí fui a parar.

 “Miguel Prieto, quien nació en Castilla de la Mancha, me introdujo al trabajo perfeccionista y artesanal. allí veía a prudente distancia a Salvador Novo, a Fernando Gamboa, a Covarrubias. Miguel era mi segundo padre.

“Luego fue el Suplemento en la Cultura del diario Novedades. Allí trabajaba Henrique González Casanova, era el cuidador de las ediciones. Él es mi amigo más antiguo. También lo conocí en enero de 1950. ¡Qué maestros tuve!”

En los 60’s, Rojo ya es conocido, y solicitado en todas partes. Diseña el suplemento La cultura en México de Siempre!, es director artístico de la Revista de la Universidad, de la Revista de Bellas Artes, de la revista Artes Visuales, del Museo de Arte Moderno, de Artes de México y un poco después, de Plural, de Excélsior, y de Vuelta.

En los 70’s es el responsable artístico de la Imprenta Madero. Allí elabora todas las portadas de las publicaciones. Luego lo hace para el Fondo de Cultura y para Joaquín Mortíz.

(Continuará)

gildamh@hotmail.com